jueves, 15 de julio de 2010

El final de la arena dorada...




¿Qué fue de aquel adolescente
que usando la corbata voladora
se sentía elegido por la gente
en la arenilla dorada de esa hora?

¿Adónde fue aquel vate florido
de la nostalgia, el farol y el conventillo,
que rescataba el pasado del olvido
con esa rima de pulido brillo?

Tormentosos mensajeros de su karma,
corpóreos habitantes del espanto,
el mensaje irreversible del fantasma
le reveló su rumbo hacia el quebranto.

El sino, con sus duendes intangibles,
corporizó su cita impostergable
y puso fecha a su viaje imposible.
Por haber sido feliz, era culpable.

Sus poemas de acritud se desesperan
–el eco funeral, lo absurdo de vivir–;
en la filosofía del que ya nada espera
fue sembrando de adioses su partir.

Clepsidra que voltearon los augures,
hora final de la arena dorada;
el poeta dejaba en sus albures
la nebulosa estela hacia la nada.

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