domingo, 27 de marzo de 2011

Un duende de barba blanca

(a Atilio Miglianelli, "el personaje" guaitense)


  En tu cuna, en el convento,
ya te arrulló la marea
mientras se colaba el viento
por hendijas de madera.

  Desde entonces fue tu amigo
el mar, que en su jubileo
y en la arena, fue testigo
de tus secretos deseos:

tu horizonte de aventuras,
de conocer otros puertos,
de grandezas y locuras
que ibas soñando despierto

en fantásticas quimeras
de horizontes deslumbrantes,
o en las míticas sirenas
subyugando navegantes.

  Sol y mar, bronce pintaron
en tu cuerpo tarzanesco,
y en tus ojos se anidaron
los pájaros de tus sueños.

  Mientras, buzo, en el Castillo
tu sueño se hizo reflejo
de los submarinos brillos
de tan cerca, de tan lejos.

  El mar estuvo a tu lado
como bañista o bañero,
y, ya de blanco barbado,
luchaste sueños primeros

de liberarlo: está preso
el mar, y contaminado,
por efluentes desechos
de foráneos enquistados.

  Tus viejos sueños de ayer
que impulsaste día a día,
logrando el Museo Taller
y la Casa del Espía.

  Cúspide herida, muralla
con San Jorge en las alturas,
la torre como atalaya,
y el túnel de la aventura,

no los viste concretados;
fueron vanos tus intentos,
y el mar hoy sigue encerrado
tras su muro berlinesco.

  Tuviste en tus ojos zarcos
el mar, el cielo y la gloria,
asumiendo el desembarco
de la historia sin memoria.

  Y fue más que una postura,
mucho más que evocación:
fuiste y sos genio y figura
del gran Cristóbal Colón.

  Y digo “sos” porque vaga
tu duende de blanca barba
en las ruinas de una draga
o por los muelles de carga;

con nostalgia, vigilando
que no muera la esperanza…
El mar siempre está esperando
su duende de barba blanca.

¡Gracias, Conrado...!

Foto de Cristian Peralta, (nov. 2006) Gentileza de Ferrowhite